25 de marzo de 2008

LA LEYENDA Y LA ALEGRÍA DE UN BOSQUE LEJANO

Un bosque, en invierno, desolado y triste, sin el color típico, sin el verde. Más bien, sombrío, con humedad, con frío.

Sin saber cómo, ni el porqué, en el corazón de ese bosque oscuro, surgió una rosa. Una rosa con todo el colorido que le caracteriza.

Por el medio de las ramas de los árboles deshojados, milagrosamente, traspasaba un rayo de sol, fuerte, penetrante y cálido, alumbrando directamente a dicha flor.

El bosque, viendo la alegría que le daba la rosa, poco a poco iba recobrando el color y la alegría.

Empezó a surgir alrededor de la misma, un césped verde, limpio y hermoso y fue creciendo y creciendo.
Los árboles empezaron a florecer y a revivir con una fuerza extraordinaria.

El Sol siguió alumbrando la flor intensamente, pero a la vez, fue abriéndose paso entre las preciosas hojas de los árboles y finalmente iluminó todo aquel bosque que antes fue frío y que de repente se ha convertido en cálido y alegre.

Un buen día pasó una madre con su hija pequeña de tan solo cuatro años y decidieron andar por aquel hermoso bosque. A mitad camino, la niña vio una flor. La madre la observó, la niña la acarició y le dio nombre a esa preciosa flor. La bautizó con el nombre de Raiseta. La madre cogió de la mano a su hija, la niña se incorporó y terminaron de andar por aquel bosque tan bonito.

La niña fue creciendo y cada año de su vida visitaba un día a Raiseta, hablaba con ella, compartía alegrías y tristezas.

Lo más asombroso fue que aquella niña, pasó a ser adolescente, paso a ser adulta y paso a ser una viejecita y no supo como era posible que su rosa preferida, a lo largo de todo ese tiempo no se había marchitado y seguía con ese color tierno, dulce, vivo que le caracteriza a una rosa.

Las plantas y demás flores morían y nacían otras.

La viejecita que fue una vez niña, un día de un año fue a despedirse de su querida flor, porque supo que al año siguiente ya no podría verla de nuevo en persona, pero le prometió que la visitaría de igual manera y en forma de ente deslizándose por el rayo de sol que le alumbraba todos los días.

La rosa Raiseta siguió intacta dándole alegría a su querido bosque y recibiendo la visita de aquella cariñosa niña que un buen día le dio el nombre de Raiseta.

Un año, la viejecita y bajando por aquel rayo de luz solar, le trajo un regalo a su Raiseta, para que ésta no estuviese sola. Le trajo una semillita. La plantó al lado de Raiseta y también empezó a crecer poco a poco otra maravillosa rosa. Al igual que como hizo aquella niña con su flor preferida, también le dio nombre a su segunda flor y la bautizó con el nombre de Andreita.

Han pasado lustros, décadas y algún siglo que otro y te puedo decir que esas dos rosas, llamadas Raiseta y Andrea, siguen en aquel bosque, intactas y preciosas como el primer día, al igual que todos los años, también las visita aquella niña que después fue viejecita.

Roselló

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